Suprimido por Isabel II en 1847 el Colegio de San Telmo (que
en 1849 pasaría a ser palacio de los duques de Montpensier), Gustavo Adolfo
quedó desorientado. Fue entonces a vivir con su madrina, Manuela Monnehay
Moreno, joven de origen francés y acomodada comerciante, cuyos medios y
sensibilidad literaria le permitían disponer de una mediana pero selecta
biblioteca poética. En esta biblioteca empezó Gustavo Adolfo a aficionarse a la
lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de Antonio Cabral
Bejarano, y más tarde en el de su tío paterno Joaquín Domínguez Bécquer, que le
pronosticó «Tú no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato», aunque le
estimuló a los estudios y le pagó los de latín. Tras ciertos escarceos
literarios (escribe en El trono y la nobleza de Madrid y en las revistas
sevillanas La Aurora y El Porvenir), en 1854 marchó a Madrid con el deseo de
triunfar en la literatura. Sufrió una gran decepción y sobrevivió en la bohemia
de esos años. Para ganar algún dinero el poeta escribe, en colaboración con sus
amigos (Julio Nombela y Luis García Luna), y bajo el seudónimo de Gustavo
García, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856), en la que
satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, o La venta
encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. Ese año fue con su hermano a
Toledo, un lugar de amor y de peregrinación para él, a fin de inspirarse para
su futuro libro Historia de los templos de España. Le interesan por entonces el
Byron de las Hebrew Melodies o el Heine del Intermezzo a través de la
traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista El Museo
Universal.
Cuando escribe Bécquer está en pleno auge el Realismo,
cuando otros autores adscritos a esta tendencia (Campoamor, Tamayo y Baus,
Echegaray) se reparten el favor del público. La poesía triunfante está hecha a
medida de la sociedad burguesa que consolidará la Restauración, y es prosaica,
pomposa y falsamente trascendente. Pero una notable porción de líricos se
resistió a sumarse a esa corriente, y además hallaban vacía y retórica la
poesía de la lírica esproncediana, la del apogeo romántico, que aún encontraban
cultivada con gusto general en autores como José Zorrilla. El Romanticismo que
les atrae ya no es el de origen francés o inglés, sino alemán, especialmente el
de Heine, al que leen en traducción francesa —en especial la de Gérard de
Nerval— o española —de Eulogio Florentino Sanz, amigo de Bécquer—. Estos
autores forman el ambiente prebecqueriano: Augusto Ferrán, Ángel María
Dacarrete y José María Larrea. Todos estos poetas buscaban un lirismo
intimista, sencillo de forma y parco de ornamento, refrenado en lo sensorial
para que mejor trasluzca el sentir profundo del poeta. Es una lírica no
declamatoria, sino para decir al oído.
Las Rimas de Bécquer iban a ser costeadas y prologadas por
su amigo, el ministro de la Unión Liberal de O'Donnell, Luis González Bravo,
pero el ejemplar se perdió en los disturbios revolucionarios de 1868. Algunas
sin embargo habían aparecido ya en los periódicos de entonces entre 1859 y
1871: El Contemporáneo, El Museo Universal, La Ilustración de Madrid y otros.
El poeta, con esta ayuda, con la de su memoria y la de sus amigos reconstruyó
el manuscrito, que tituló Libro de los gorriones y se conserva en la Biblioteca
Nacional de Madrid. Más tarde lo editarán sus amigos con un prólogo de
Rodríguez Correa en dos volúmenes con el título de Rimas y junto a sus Leyendas
en prosa, en 1871, para ayudar a la viuda y sus hijos. En sucesivas ediciones
se amplió la selección. A partir de la quinta la obra consta ya de tres
volúmenes. Iglesias Figueroa recogió en tres tomos Páginas desconocidas
(Madrid: Renacimiento, 1923), con otra porción sustancial del corpus becqueriano.
Gamallo Fierros editó además en cuatro volúmenes sus Páginas abandonadas. Jesús
Rubio ha editado dos álbumes de Julia Espín con textos y dibujos de Gustavo
dedicados a su musa, a la que no olvidaría nunca. Se trata de ochenta y cuatro
composiciones breves, de dos, tres o cuatro estrofas, muy raramente más, por lo
general asonantadas con metros muy variados, de acuerdo con la poesía romántica
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